9 jun 2006

EL RINCÓN DEL CUENTISTA

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Estrellita

Ya es hora de brillar, hermanita!
dijo una linda estrellita,
y con suavidad y ligereza
se acercó a otra estrellita
que dormía a su lado.
Con gran respeto
alargó su mano
y tocó su corazón.
Iluminemos el mundo!
...y un torrente de luz inundó el universo.

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El Autobús

Te has sentado alguna vez mirando hacia atrás en el autobús?
Algunos intentan evitarlo. Prefieren sentarse de frente. Así ven las cosas acercarse.
Hay otros, en cambio, que sí se sientan de espaldas, y ven las cosas alejarse.
La vida es así.
Algunas veces haces planes y sueñas con lo que todavía no llegó, ávido de experiencias.
Y otras, en cambio, recuerdas con nostalgia personas, lugares o sensaciones que experimentaste, deseando que el tiempo hubiera pasado más despacio.
Pero ahora ya sabes que todos los momentos desaparecen. Que cada instante es único porque sólo sucede una vez. No se repite. Eso es lo que hace de la vida un milagro y una tragedia al mismo tiempo. Todo viene y va. Todo surge y desaparece.
Y mientras tú habitas una grieta en el tiempo, ese espacio innombrable entre lo que se acerca por delante y lo que se aleja por detrás de tu autobús.
Y desde ese lugar aprendes a saludar con una mano a lo que llega y a despedir con la otra a lo que se va, alegre de poder disfrutar del viaje.

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Cuáles son tus sueños?



Algunos pensarán que es una tontería, un arrebato sensiblón,

o un tópico…pero es la verdad.

El fin de año es una fecha cargada de simbología. Una excusa que utilizan muchos para detenerse y hacer balance.

Un buen momento para escucharse y ver con claridad dónde está uno, y dónde le gustaría estar. Qué vida lleva y qué vida querría vivir.

Y sobretodo para soltar lastre y deshacerse de lo que uno no necesita.
Así que busco un rato de silencio para estar conmigo y preguntarme:
Qué es lo que me limita?
Cuáles son las cosas que me hacen bien y cuáles me perjudican?
Qué pensamientos, personas, relaciones, situaciones y hábitos
me nutren…y cuáles me quitan energía?
No debo dejarme engañar por la mente ni estancarme en las comodidades que no me dejan evolucionar.
Somos como el agua. Y el agua tiene que moverse y fluir. Si no se estanca, enferma y se pudre…infectando y pudriendo todo lo que toca a su paso.
Es momento de dejar atrás viejos patrones y de superar los miedos.
Debo ser valiente y hacer caso a lo que me dicta el corazón. En el fondo todos sabemos muy bien lo que queremos y lo que nos hace felices.
Llegó la hora de tomar las riendas. De hacerme responsable de mí mismo, de mi poder y de mi destino, pues nadie lo hará por mí.
Ya no sirve echarle la culpa a otro. Cada uno crea su realidad.
A partir de hoy cuidaré mucho lo que pienso, lo que digo y lo que hago, pues con cada uno de mis pensamientos, palabras y acciones estoy creando mi mundo.
Seré consciente y responsable al decidir quién quiero ser, y elegiré bien mis pasos.
No me dejaré llevar por lo que piensan, dicen o hacen los demás. Seré íntegro, y me lanzaré a por lo que quiero.
Con decisión, con atención y con mucho respeto…pero sin miedo. Ya no.
Cuáles son tus sueños?
Es momento de hacerlos realidad.
Feliz 2013.


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Te escribo



Te escribo para pedirte que me digas que ya no lees mis versos antes de dormir.

Te escribo para pedirte que me digas que ya no necesitas la luz de mi faro para ver por dónde andas.

Te escribo para pedirte que me digas que encontraste de nuevo el amor.

Te escribo para pedirte que me digas que ya puedo cerrar esa puerta que todavía no pude ni quise cerrar.
Te escribo para pedirte que me digas que deje de apuntar tan lejos con mi faro y ofrezca de nuevo mi humilde lucecita a los que están a mi lado.
Te escribo para pedirte que me digas que me busque una sirena que quiera bucear y surcar los mares conmigo, pues aunque mi faro es muy lindo ya se me quedó pequeño.
Te escribo para pedirte que me recuerdes que nuestros caminos se cruzaron, pero nunca llegaron a unirse.
Me llevó tiempo, pero al fin he comprendido.
Me llevó tiempo, pero al fin he aceptado.
Te escribo para pedirte…y para despedirme te escribo.


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A esa ola que ya llegó


Hay algunos momentos en la vida, muy pocos, en los que uno va tranquilamente pensando en sus cosas, despistado, cuando de pronto aparece una ola gigante que arrasa con todo, haciendo que la realidad y los cimientos de todo aquello en lo que uno creía se tambaleen.

Es muy peligroso. Uno puede perder la cabeza...
Pero me encanta.
Y no me importa si esa ola me engulle...si me lanza contra las rocas y me hace pedazos...o si me arrastra con ella hasta que morimos juntos en una orilla lejana.
Yo lo que quiero es agarrarla y surfear hasta que el mundo se termine.

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Entre dos muertes...(Perú, 2011)

Cierro los ojos...
Unas notas musicales se intercalan, perdidas, inconexas...un goteo sonoro, por momentos electrónico...
Le sigue un zumbido, grave, vibratorio, creciente. Puedo oírlo, y también lo siento. Está dentro de mí, y también lo reconozco en todas partes...
Es un ruido siniestro. El ruido primordial, el sonido del silencio, el que habita los límites del universo...

Animales extraños, salvajes. Corren, saltan, vuelan, se arrastran...
Me saludan. Me sonríen...
Un puma con lengua de serpiente...una serpiente con bigotes...un águila con cola de reptil...
Y esos ojos...
Su mirada es intensa y atrayente, llena de significado. Soy su cómplice...
Estoy frente a la punta del gran iceberg del mundo. El viaje recién empieza...

Oigo voces. Alguien habla, pero no entiendo. Risas. Conversaciones. La infancia...
De pronto todo se acelera y siento el vértigo del tiempo que me atraviesa a gran velocidad.
Un rayo luminoso...

Soy muy pequeño. Diminuto...
A lo lejos unas figuras. Parecen humanas. Y brillan...
Son entes de luz. De su estómago salen hebras de colores en todas direcciones. Bailan en torno a un fuego. También hay animales...
Se acercan. Me tienden la mano. Soy semilla y quieren que sea árbol...

De nuevo risas. Conversaciones...
El tiempo se tuerce. Se mezclan pasado y futuro. Todo se desordena y se condensa y revienta y se desintegra...
Ya no hay orden. Todo es aquí. Todo es ahora. Un presente circular. Una burbuja intemporal...


Suspendido en un no-lugar, en un no-momento infinito, la oscuridad me va ganando poco a poco...
Tengo frío. Tiemblo...
De los temblores paso a la angustia. De la angustia al miedo...
Sufro...
Lloro...
No sé por qué. No hay motivo...
Es el puro sufrimiento que me invade, básico y elemental, parte de mi condición humana...

La tristeza se hace insoportable. Y profunda. Muy profunda...
Todo mi cuerpo se inflama, y la pena del mundo entero se concentra dentro de mí...

Desciendo al inframundo...
Tengo visiones calavéricas...
Recorro escenarios huesudos habitados por espectros...
Una imagen sobresale entre la oscuridad más oscura. Es la muerte. Cruda, desgarradora, terrorífica...

Visito mi propia tumba, y lloro con los que la rodean. Es la hora del duelo...
Me despido de mí mismo, de mi yo antiguo, podrido, con una pena infinita...
Ya está. No hay vuelta atrás. Es el fin...

Durante largo tiempo no hay consuelo...

Mi desesperación va poco a poco dejando mi cuerpo en forma de lágrimas y de suspiros largos y profundos...
Estoy expulsando ese cuerpo muerto, todo el deshecho acumulado en mi interior...
Me estoy vaciando. Me estoy limpiando...

Me vacío más y más. El horror queda atrás...


...



Vuelvo a la luz después del largo viaje al infierno.
Me siento renacer. Y una paz extrema invade mi ánimo...
Felicidad pura. Pura gratitud...


Ahora comprendo, sin necesidad de comprender...
Ahora soy, y no soy nada...
Es algo inexplicable. Las palabras se quedan pequeñas ante algo tan inconmensurable. Y aún eso suena ridículo...

Siento el calor del fuego en mi piel. Es tan intenso que invade todo mi cuerpo. Siento que ardo por dentro...
Soy puro fuego en el centro de la Tierra...
Entonces un regalo, un recuerdo de un encuentro pasado...
De pie, en silencio, sobre la cima de alguna montaña, mis brazos se tornan alas que cubren mi torso, mi boca deviene pico, y veo con claridad...
Sigo siendo yo...pero ahora soy un cóndor...
Abro los ojos.

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Despierta

Hola. Te escribo desde el amor. Así es. Porque te quiero. Sin condiciones. Sin excepciones. SIEMPRE.
Te escribo también desde la comprensión. La de quien conoce el dolor y sabe reconocerlo cuando lo ve.
No pretendo sermonearte, ni decirte cómo debes vivir.
Nadie puede juzgar el dolor ajeno.
Pero sí comprenderlo. Porque eso es algo que a todos nos iguala.
El ser humano siente dolor. Estamos heridos desde que nacemos. Forma parte del juego que hemos venido a jugar. Y las heridas hay que curarlas.
Así es como se crece y se aprende.
De nada sirve refugiarse en el victimismo. Siempre tendrás buenas razones para quejarte. Siempre.
 Debes enfrentarte a tus heridas y superarlas. De nada sirve huir, pues el dolor te seguirá.
Algunos intentan ahogarlo en alcohol. Otros dormirlo con el humo del porro. Hay muchas maneras.
Pero sólo consiguen aliviarlo un rato. Luego resurge con más fuerza. Porque las malas costumbres lo alimentan. Es así.
Pero tranquilo. Lo bueno de este juego es que siempre se está a tiempo para cambiar. Un nuevo sol se alza todos los días, y con él llega una nueva oportunidad.
Ha llegado el momento de que pienses en ello seriamente.
Es urgente que te detengas y reflexiones.
Debes empezar a quererte. Y debes empezar por RESPETAR tu cuerpo.
Tu cuerpo es algo SAGRADO. Es la casa de tu alma. Es tu hogar. Es él quien te permite viajar a través de los sentidos. Es él quien te permite vivir esta vida y todas sus maravillas ¿Por qué insistes en castigarlo, entonces?
Piénsalo. Debes tomar una decisión. Decide qué vida quieres vivir.
Ya no sirve seguir siendo un niño. Ya no sirve posponerlo todo. Ya no sirve sentirse una víctima. Todos tenemos motivos para justificarnos. A todos nos pasan cosas. A todos nos hacen daño. A TODOS. Ya basta.
Hacerte mayor y madurar no es otra cosa que tomar las riendas de tu vida.
Hazte responsable de tu propia vida y atrévete a tomar decisiones.
Elige un camino. El que sea. Escucha tu corazón y elige. Y entonces  sé coherente con tu elección. Hasta las últimas consecuencias.
Vivir es un REGALO. Debes estar agradecido por cada día que vives. Por poder ver, oír, tocar, oler, comer, reír, llorar, amar, odiar, sufrir, sentir…
Cada una de estas cosas es algo increíble que puedes experimentar y de la que aprendes. Y todo ello gracias a este cuerpo y a esta vida que se te han dado. No es algo vulgar y corriente. Es algo mágico!!
Estás vivo!!! Eres un afortunado!!! Mira a tu alrededor ¿¿No lo ves??
Por favor, no rechaces la vida. No envenenes tu cuerpo. No huyas de ti mismo.
Despierta. Te lo estás perdiendo. No hay un después. No hay un mañana. Sólo aquí y ahora…
DESPIERTA!!!!
Gracias.

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Willy el tuerto


Domingo. Suena el despertador. Virgilio Ventura se levanta. Ha dormido toda la noche en la misma postura; tiene el cuerpo agarrotado. Además se le han pegado las sábanas y los pliegues le han dejado media cara marcada. No recuerda qué hizo ayer, pero sí sabe lo que va a hacer hoy.

Entra en la ducha medio dormido y con dolor de cabeza. El agua sale caliente, muy caliente, cada vez más. Siente cómo sus músculos se relajan, los poros de su piel se abren y su corazón late cada vez más despacio. Hasta sus pensamientos parecen quedar suspendidos por unos instantes, como si hubiesen topado con el silencio. Hace tiempo que lo anda buscando.

Sale de la ducha casi más dormido que antes de entrar, y las ojeras de su rostro se esconden tras el vaho que invade el espejo. Se viste con la misma ropa que llevaba ayer y sale de casa. El viejo montacargas sigue sin funcionar; cinco pisos y ciento doce escalones más tarde enciende un cigarrillo y sale del portal. El día es gris, triste, como la expresión de su cara. Lloverá, pero todavía no. Camina a paso ligero, con la espalda algo encorvada, la cabeza gacha y la mirada perdida entre los dibujos de las aceras; así no ve si los otros viandantes le miran al cruzarse con él. No le gusta la gente. A dos manzanas levanta la vista del suelo y entra en el bar Azul, establecimiento que debe su nombre al color de las paredes y el mobiliario; además está decorado con motivos marinos. Él lo considera su refugio; aquí se siente a salvo de los temporales que azotan su vida. Pide un croissant y un carajillo, como siempre. En otras circunstancias se pasaría horas ahí sentado hablando de cualquier cosa con Sérvulo, el camarero. Pero hoy es diferente. Hoy es el día, y está nervioso.


Termina su desayuno sin demora y enciende un cigarrillo. Paga. Suspira levemente y sale del bar. El canódromo no está muy lejos. Ese es el escenario. Es su última oportunidad.


Ya ha llegado. Una muchedumbre se amontona en la entrada. Hoy es un día importante, y no sólo para él. ¿Habrá alguien en su misma situación? Peor, seguro que no.


Se dirige a hacer su apuesta:

-Segunda carrera: tripleta: tercer clasificado número 7, Venus. Colocado número 1, Drinky. Y ganador número 2, Willy el Tuerto-. Los dos primeros corren habitualmente por aquí. Son dos ejemplares altos y esbeltos, bastante atléticos para ser galgos. Su dueño es un millonario ruso que se aburre; se metió en este mundillo sólo como distracción, y no le va nada mal. A Willy el Tuerto no lo conoce. Es la primera vez que corre aquí y las apuestas están en su contra. Además, su presencia no es muy alentadora: es el más pequeño de los participantes; parece enfermo por el color castaño amarillento de su pelo; y tiene cicatrices visibles en el hocico, la cabeza y el cuello. Pero corre por ahí una oscura leyenda acerca de este lebrel que le inquieta: parece ser que su antiguo dueño fue un viejo pescador que naufragó cerca de las Islas Orcadas, al norte de Escocia. Trece días después de su desaparición encontraron su cadáver en una playa deshabitada, y entre los restos del bote había un perro, todavía con vida. El guardacostas que lo encontró fue quien lo bautizó: lo llamó Willy por el legendario William Wallace, personaje que luchó por la libertad de Escocia durante el reinado de Eduardo I. Y lo apodó el Tuerto por la mancha negra que rodea su ojo izquierdo como si fuera un parche. Está claro que no es el favorito, pero hay algo en él que despierta su simpatía. Además un excompañero de la fábrica le ha dado un soplo. Nunca fueron muy amigos, pero no le queda otro remedio que confiar. Ahora mismo está entre la espada y la pared, los acreedores le están acosando. Pero si todo va bien hoy puede dar un paso importante. Hoy puede salvar el pellejo y empezar de cero, quizá en otro lugar. Cuando era niño siempre decía que de mayor viviría en una isla del Caribe y que capitanearía un barco pirata como los de las películas. Le encantaban las películas de piratas. En cierto modo él mismo se ha acabado convirtiendo en uno. Un pirata con poca fortuna, pero dispuesto a arriesgar por última vez. ¿Cambiará hoy su suerte?

Va hacia su sitio, la carrera está a punto de empezar. Felonio no ha venido aún sabiendo lo de hoy. Le ha dejado solo. En realidad siempre lo ha estado, nunca tuvo de verdad a nadie. Pero eso ahora ya no importa. Llegó el momento de la verdad.


Comienza la carrera. Sale la liebre y los ocho galgos corren tras ella como fieras hambrientas. La gente se alborota, ávida de triunfo. Virgilio enciende un cigarrillo. Willy el Tuerto no ha salido demasiado bien, pero se coloca tercero al llegar a la primera curva. El número 6 tropieza y se descuelga del grupo. Venus, el número 7, sale de la curva en cabeza, seguido del número 3 y de Willy el Tuerto. El número 1, Drinky, marcha en quinto lugar. La carrera parece interminable. Virgilio aprieta los dientes con tanta fuerza que se le deshace el cigarrillo en la boca. Le tiembla la pierna derecha. El sudor se hace cada vez más evidente en su camisa azul gastado y la polvareda se le pega en los párpados. Los gritos del público son ensordecedores.

Los galgos toman la última curva. Willy el Tuerto ha recuperado una posición y ya es segundo por detrás de Venus.
Virgilio ya no sabe si mirar o no. Se arremanga la camisa, ya más gris que azul. El tembleque de la pierna se ha convertido en un pataleo y las gotas de sudor que caen, sucias, por su frente, le empañan los ojos. Ya no recuerda cómo ha llegado a esta situación. Sólo algunos destellos del pasado le vienen a la memoria. Como cuando cogió su primera borrachera, con trece años. O cuando perdió su primera apuesta en un casino, con dieciocho. Quizá empezó ahí. O quizá no. Lo único que sabe es que ya de muy pequeño inició sus flirteos con el alcohol y el juego, dos vicios muy caros. Y no tardó en recurrir a métodos ilegales para poder pagarlos. Así, poco a poco, se fue convirtiendo en un delincuente. En algún punto intermedio conoció a la que fue su esposa. Una mujer bella y con mucho carácter. Le abandonó hace ya algunos años. Fue entonces cuando entró en el círculo de autodestrucción del que todavía no ha logrado salir.
Los galgos entran en la última recta. Sus pupilas se dilatan, no consigue ver bien. Agacha la cabeza y mira al suelo, intentando fijar la vista en un punto mientras apoya su brazo en la barandilla que le separa de la pista. Su corazón está tan acelerado que ya no distingue entre latido y latido. Willy el Tuerto toma la delantera. El número 1, Drinky, pone la directa y se coloca tercero. Si supera a Venus habrá ganado la apuesta y estará salvado. La tensión aumenta y el graderío enloquece ante el sorprendente final que se avecina, mientras a Virgilio le comienza a faltar el aire.
Un fuerte dolor en el pecho le asalta súbitamente. El estruendo del momento se transforma en una pausa aterradora mientras un escalofrío recorre su cuerpo.
A su alrededor todo transcurre a cámara lenta; ya no reconoce dónde está, ni qué sucede. Trata de recordar, y cae al suelo. Pero ya no siente dolor alguno; ni sudor, ni palpitaciones, ni nada. Todo se ha desvanecido. Sólo queda la oscuridad y el silencio; el mayor de los silencios. Comienza a llover. Por fin.

Willy el Tuerto cruza la línea de meta en primer lugar, seguido del número 1 Drinky y del número 7 Venus.


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105x75cm. Víctor Apezteguia.

El otro día me topé con alguien. Estaba paseando tranquilamente, pensando en mis cosas, cuando apareció de la nada. Durante un instante permaneció inmóvil frente a mí. Sus ojos parecían haber visto la tristeza y la desolación desde muy cerca; su mirada estaba vacía.

Su aspecto me conmovió hasta remover mis entrañas. Tenía un mechón de pelo largo y oscuro en un lado de la cabeza, y una cicatriz seca le recorría el cuello de arriba abajo. Las gasas de su frente amarilleaban, seguramente por el paso del tiempo y las infecciones. Era un alma sufriente y atormentada que vagaba sin rumbo, a merced de depredadores y carroñeros. No le he vuelto a ver, pero de vez en cuando nos encontramos en sueños.

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Jean-Michel Basquiat

Había una vez un hombrecillo solitario y tosco que vivía en el campo, rodeado de paz y tranquilidad. Su casita era tan pequeña que sólo había sitio para él, y alrededor tenía un hermoso huerto donde cultivaba la letra “e”. Su vida era próspera y feliz; tenía “es” a montones, cada una de ellas una esperanza.

Pero un día, sobre su casita y su huerto se cernió una oscura amenaza. Era algo desconocido, y le fue aprisionando poco a poco. Así, el hombrecillo se volvió cada día más hostil y gruñón. Custodiaba día y noche su campo de “es”, temeroso de que la tiniebla acabase con todas ellas. Poco a poco, sin darse cuenta, fue envileciendo; el miedo y la obsesión no le dejaron ver que detrás de su casita, escondida en un campo de trigo, había una puerta trasera que daba al otro lado, al reverso de su mundo. Una puerta que escondía un país lleno de escaleras infinitas de color blanco. El país de la luz y la esperanza que el pobre hombrecillo tosco y solitario nunca llegó a ver, ensimismado en su huerto de “es”.

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Se acabó


Título muy adecuado para los tiempos que corren, hijo mío. Y es que ciertamente uno ya no alcanza a recordar esas noches en las que se colgaba el cartel de completo; noches o días o instantes en los que uno veía, escuchaba y compartía. Sí, ya sé que hoy la vida va muy deprisa, quizá demasiado para compartirla con más de dos o de uno o de ninguno. Pero llegará un día, hijo mío, (o tal vez no, tal vez no tengas esa suerte) en que todo se detendrá de repente; y entonces mirarás a tu alrededor, perplejo, y tratarás de recordar quién fuiste y qué bien hiciste; y entonces buscarás respuesta en aquellos que alguna vez te escucharon...si es que logras encontrarlos. Quizá todo fue un bonito sueño, hijo mío, o quizá estoy exagerando.


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El haragán


Quisiera ser como ella para poder vivir. Porque ella vive, vive y nada más. Sabe lo que quiere, y quiere lo que puede. Hasta cuando duerme parece feliz. Cuando la miras te invade la ternura que desprende cada uno de sus gestos. Siempre se alegra de verte, aunque tú no lo hagas. Sabe lo que quiere en todo momento, y no duda en demostrarlo. A veces creo que comprende mejor que nadie cuál es su papel en esta vida; como si llevase inscrito en sí misma el sentido de su existir. Tan directa, tan transparente, tan deliciosamente sencilla. Así es ella.

Pero ninguna vida es exclusivamente placentera. También ella sufre, y yo lo veo. Como a mí, le da miedo perderse. Pero yo lo escondo, y ella no. Ella tiembla de miedo ante alguien desconocido; yo agacho la cabeza y sigo mi camino. Ella padece el rugido de la gran ciudad; yo me refugio donde puedo. Ella llora cuando se queda sola; yo me siento solo entre los demás. Ella es Tiza, mi perra; yo soy un haragán.

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo también me siento un poco haragán (dependiendo del día, quizá mucho más), lástima que no tenga mi propia 'Tiza' para darme cuenta en lo que me he convertido.

Me gustó pasar por aquí y encontrar la puerta abierta, saludos a Tiza y al ilustrador!

Piru

Langas dijo...

Enorme....

mariadelsangels.q.p@gmail.com dijo...

Quina maravella!, ho torno ha llegir despres de molt de temps I m,en alegro tant q encare sigui al nostre abast. Merces! L,anima s,eixample I respira...